jueves, 5 de diciembre de 2019

EL MÉDICO COMO ÚLTIMO VESTIGIO DE SERVICIO PÚBLICO EN PUEBLOS VACIADOS


Primero se quedaron sin trasporte público; se fue la farmacia; también el colegio; luego el bar cerró; la enfermera se amortizó; el cura ya no daba misa; lo que fue pueblo, ahora es pedanía olvidada y vaciada. Sólo queda el médico; sólo, e intentando hacer frente a un puñado de vecinos dispersos en diferentes anexos.

Todos se resisten a “perder al médico”, como si fuera el último vestigio de su continuidad amenazada; lo capturan como símbolo de su resistencia a desaparecer. 

Pero… ¿es función del médico suplir la desbandada de los demás servicios públicos y privados?  ¿No estamos matando moscas a cañonazos?; ¿no sería más bien necesario un buen sistema de conexión de trasporte y telecomunicaciones, y cobertura de servicios sociales a pueblos aislados y envejecidos?

¿Cómo explicarles que un médico va dejando de serlo, cuando trabaja asilado, se dedica a una población minúscula, y no puede actualizarse a través de una práctica clínica más amplia y enriquecida?

¿Cómo mostrarles que una concentración de médicos y enfermeras en un Centro de Salud, con buenos trasportes para consultas y emergencias, y cobertura periódica en consultorios locales, puede dar más y mejor servicio a todos? Especialmente cuando hay una verdadera urgencia…

Otro día podemos hablar de tener maternidades abiertas do­nde casi no hay partos. No se trata de costes, se trata de calidad y seguridad.

La enfermedad se llama desconfianza ciudadana; agravada por la irresistible tentación del oportunismo político.

Las soluciones no son fáciles; pero estropear los proyectos sí. Así vamos manteniendo nichos de irracionalidad y desatendiendo oportunidades de mejora.



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