«Con la crisis se ha erosionado la calidad de los
servicios de la salud»
EL PERIÓDICO DE ARAGÓN
09/10/2016
Aragón es la segunda comunidad con mejores servicios
sanitarios, por detrás de Navarra. Eso es lo que aseguró el último informe de
la Federación de Asociaciones para la Defensa de la Sanidad Pública (FADSP). El
estudio valora los servicios sanitarios autonómicos en una escala de puntos en
función de criterios como el gasto sanitario, el número de camas, médicos y
enfermeras por habitante, las listas de espera, la valoración de los ciudadanos
o el grado de privatización. Pero, ¿hasta qué punto todos esos ránkings son
fiables y realistas? El doctor José Ramón Repullo apunta a que este tipo de
listas «apasionan al público y los políticos, mientras que los expertos y
estudiosos nos previenen de ellos». Actualmente, es jefe del Departamento de
Planificación y Economía de la Salud en la Escuela Nacional de Sanidad y
miembro del Instituto de Salud Carlos III.
—¿Qué opina de la
clasificación elaborada por el FADSP?
—Los expertos y estudiosos nos previenen de los ránkings,
por más que al público y a los políticos les apasionen, por varias razones. La
primera, y quizás la más importante, es que la realidad es multidimensional:
puede haber una comunidad buena en Salud Pública, otra buena en Atención
Primaria, otra en Cirugía, otra en Cuidados Paliativos, otra en Neonatología…
¿se atreve alguien a juntar tantas dimensiones en una única calificación?; y si
nos atrevemos, ¿con qué peso? Entonces, no hay más remedio que revisar uno por
uno los indicadores. Precisamente, esto es lo que permite la base de datos que
compara las CCAA, llamados Inclasns (Indicadores clave del Sistema Nacional de
Salud), que está completamente disponible en el portal estadístico del
Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, etc. Siempre animo a los
informadores sanitarios a usarla más a menudo.
—¿Cómo ve el estado
actual de la Sanidad española y, concretamente, la aragonesa?
—Hasta ahora, el Sistema Nacional de Salud era bueno,
efectivo y de calidad; el mejor servicio público español. Tenía problemas que
había que afrontar; pero con la crisis se abandonó su apoyo político y
económico, y se erosionó la calidad de los servicios. Ahora sigue siendo un
buen sistema, aunque los profesionales están más desmoralizados y los pacientes
y usuarios perciben las estrecheces y dificultades con las que se funciona. Y,
además, para que el «pronóstico» no pase a ser «reservado», ya no se puede
seguir «austerizando». Hay que reflotar este servicio público con firmeza,
inteligencia y sensatez y acometer las reformas estructurales que ya venían
siendo necesarias en los remotos y olvidados tiempos de la abundancia. Y eso va
por todas las comunidades autónomas en general.
—¿Cree que se está
gestionando bien el sistema aragonés?
—Aragón gasta más que la media española en sanidad (190 €
por paciente), pero no hay que olvidar que cuenta con una población ligeramente
más envejecida. También tiene algunos ámbitos en los que sobresale, pero luego
unas listas de espera muy extensas. Todas las CCAA tienen sus más y sus menos.
La aragonesa cuenta con unos resultados, en general, buenos: en 22 indicadores
son mejores que la media y en 9 peores. Creo que es una buena lista para
explorar oportunidades de mejora.
— ¿Cuáles son los
problemas actuales más relevantes y lo más preocupante en materia de sanidad?
—La sanidad está crónicamente infra-financiada y la han
sometido a una cura de adelgazamiento en los pasados cinco años. Por eso
necesita recuperar la prioridad política para que se garantice la
sostenibilidad externa. Pero no podemos engañarnos: la deuda que acumula España
es tan amplia que en los próximos años, aunque no haya austeridad, tendrá que
haber sobriedad. Y esto nos involucra a todos. No podemos volver a las andadas
ni pensar que la pesadilla ha quedado atrás y que ahora todos recuperaremos la
situación de partida.
—¿Qué habría qué
hacer en primer lugar?
—Nuestro Sistema Nacional de Salud es el resultado de muchos
cambios incrementales, que incluyen parches y apaños. Entre ellos, el papel del
Ministerio de Sanidad, que ya no puede obviar la necesidad de nuevos
instrumentos de gobierno, como son la gestión del conocimiento, la asignación
inteligente de fondos vinculados a programas e inversiones, y la creación de
marcos normativos nuevos para que las comunidades autónomas mejoren la gestión
de personal y la gestión institucional.
— ¿Qué pautas
aconsejaría para para mejorar la situación?
—La politización partidaria de la gestión de los centros
sanitarios es un gran problema porque anula un recurso esencial para los
cambios, como es la función directiva, ya que introduce discontinuidades que
rompen las curvas de aprendizaje, y erosiona la legitimidad de gerentes y
directores. Hay un interesante debate, y alguna iniciativa en algunas CCAA:
órganos colegiados de gobierno, que aumente la supervisión técnica y social de
la gestión y mejoren la transparencia y la rendición de cuentas; y sobre esta
base apoyar la progresiva profesionalización de directivos. Esa sería la clave.
Otras tres iniciativas esenciales: potenciar de verdad a la atención primaria;
fomentar las estrategias de atención al paciente crónico, pluripatológico y
frágil (incluidos enfermos terminales), y poner en marcha la «gestión clínica».
— ¿Y qué supondría
eso exactamente?
—Hablo de una autonomía responsable de los equipos
asistenciales, que es la única forma de avanzar; y para que estén alineados con
los objetivos de los servicios de salud, se deben ir reduciendo los conflictos
de interés del personal con fuentes externas de financiación e incentivación, y
mejorando el trato del empleador público a médicos, enfermeras, y resto del
personal: sin calidad de empleo es difícil conseguir más calidad asistencial.
Vendría bien que el Sistema Nacional de Salud revisara el pacto social
implícito con las profesiones sanitarias para actualizarlo y revitalizarlo,
porque sin ellos no se puede avanzar en un mundo como el de la medicina moderna
tan complejo, cambiante y lleno de desafíos.
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