martes, 26 de diciembre de 2017

Enseñanzas de la vida, en el umbral de un nuevo año.

PENSAMIENTOS DE LA NAVIDAD DE 2017/2018

No dejamos de aprender lecciones de la vida.
Hace cuatro años tuve que enfrentarme a un mundo al que le faltaba mi padre,
que siempre había estado ahí,
que nunca había faltado ni fallado.

Hace tres años notaba la cicatriz de su ausencia,
y la herida eterna que su falta dejó en mi madre;
El dolor y la añoranza estaban claramente ahí,
sin supurar, pero insuflando nostalgia.

Hace casi dos años pasé la barrera de los 60,
inadvertidamente, como surgiendo de la nada.
Y muchos amigos y conocidos han ido faltando
Entre ellos mi buen Lolo.

La vida quiere que aprenda su principal lección,
que somos efímeros y frágiles.
Pero no sé si significa lanzarse a aprovechar el tiempo...
haciendo cosas  nuevas, o saboreando lo cosechado.

Parece que en el último año he hecho ambas cosas,
mientras me acomodaba a una melancolía conspicua.
Preparando un lecho de recuerdos y evocaciones,
y una mochila de personas y cosas esenciales.

Y de pronto, la magia de la vida me sorprende,
cuando ya nada se espera, personalmente exaltante
... que diría Celaya
Emerge la vida con toda su fuerza.

Apenas unas pocas células,
que en su potencia encierran el futuro,
descomponen los esquemas,
disuelven las penas y hacen brotar la sonrisa más tierna.

La vida me ha ido mostrando sus lecciones:
aprendí que sólo se puede ser persona con los otros,
los próximos, y los no tan próximos;
que hay placer en sembrar y no sólo en cosechar;
qué no es justa ni injusta, aunque la mala suerte muerda;
que cada día debemos mirar el mundo,
con ojos infantiles, porque toca re-aprender a vivir.

Con la ausencia de mis seres queridos,
y con la promesa de un nueva personita,
creo que la vida me desvela su secreto más inefable:
que los humanos nos vamos dando relevo,
y que la añoranza de eternidad es un autoengaño.

Pero también me dice que de alguna forma continuamos en otros...  
aunque la cosa no va de genética,
que la herencia no son tampoco las cosas materiales,
sino los afectos y desvelos acumulados,
y quizás los ejemplos de vida discretamente exhibidos.

Es difícil entenderlo; es imposible.
Pero intuyo que debemos aprender
a habitar en la calle de la cálida melancolía,
pero visitando con frecuencia las grandes avenidas,
las alamedas donde la vida se muestra en plenitud,
donde los más jóvenes toman el relevo,

y donde nuestros hijos y nietos aprenden a vivir su tiempo.

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