Siempre que hacemos categorías generales cometemos errores e
injusticias. Los catalanes avaros, los vascos brutos, los andaluces vaguetes,
los aragoneses cabezotas…
Los tópicos son particularmente imprecisos y malintencionados;
pero de forma más generalizada, podemos considerar que el lenguaje se basa en
constructos abstractos imperfectos, que dan lugar a equívocos. Pero son útiles,
y por eso las usamos, aunque exista el riesgo cierto de incomprensión y
equivocación en la representación fiel de la realidad.
Cuando hablamos de feminismo y de opresión de la mujer,
también usamos una categoría abstracta, que representa una masiva cantidad de normas, cultura y situaciones por las cuales las oportunidades de desarrollo personal y
profesional de las recién nacidas, difiere enormemente de la de los niños. Pero
aquí a una gran diversidad personal y social; afortunadamente, cada vez más mujeres se
sobreponen a su lastre, aunque la mayoría van renqueando y suportando con más o
menos resignación las desventajas añadidas.
Muchos hombres, disfrutando de ventajas comparativas, no han
conseguido aprovecharlas; otros sí, aunque nunca sabremos en qué porcentaje ha
sido por el “dopaje social”, o por su esfuerzo personal y dedicación; pero el
segundo componente es real.
Además, hay cambios en el comportamiento masculino: algunos
asumen la paternidad de forma muy responsable, y colaboran en muchas
actividades domésticas (para la cual sus madres rara vez los prepararon o
indujeron a realizar); son correctos en el trato laboral y social con las
mujeres, y no utilizan la jerarquía para someter o humillar a nadie; y son
respetuosos y nunca han usado la violencia.
Me encuentro que muchos de estas buenas personas y buenos
profesionales del sexo masculino se encuentra irritados y malhumorados por la
atribución de machismo universal que perciben de una parte de los mensajes del
feminismo militante. Otras voces feministas son más atemperadas y se centran en la
igualdad de oportunidades. Pero las más estridentes destacan. E incluso las hay
más insidiosas que vindican o añoran una superioridad intelectual y caracterial femenina, que cuando se
realice en plenitud acabará con la guerra, el hambre, la pobreza, las
desigualdades… tal desmesura no puede ser bien recibida, porque apelaría a características biológicas inmodificables y no susceptibles de valoración moral.
No son buenos tiempos para estas gentes; porque ni creo que
el discurso adversarial del feminismo vaya a cambiar, ni me parece posible que
las categorías semánticas que describen el machismo y patriarcado puedan
desdoblarse en matices que permita abrir un hueco confortable para los varones
civilizados, cooperadores y apacibles.
Creo que la opción más práctica para este grupo es aprender
a aguantar deportivamente las pequeñas injusticias verbales, interpersonales y
sociales; y dirigir el malhumor que pude producir el trato injusto, hacia aquellos
otros hombres que, con su comportamiento sectario, burlón, desconsiderado o
agresivo, están maltratando a las mujeres, y cerrando sus oportunidades de
caminar a nuestro lado.
Vendría bien que el feminismo tuviera más cuidado en los
mensajes; pero no es fácil pedirlo cuando hay tanta desigualdad, maltrato y
violencia. En unos años quizás… con un poco de suerte…
Por lo tanto, en este tramo del camino hemos de pedir (hemos de pedirnos) a las
buenas personas del sexo masculino un plus de paciencia y comprensión…
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