Todo el que haya ido a una reunión de vecinos sabe de la
dificultad que entraña consensuar los problemas, y mucho más acordar
soluciones.
Los humanos somos seres sociales de muy imperfecta
socialización. Muchas cosas deben decidirse colectivamente, pues rebasan la
esfera de las decisiones particulares; y cuando esto ocurre queda en evidencia
tanto la enorme "biodiversidad" de las personas (diferencias en
talento, gustos, preferencias, visiones, afinidades...) como las inevitables
fricciones entre individuos ante cualquier decisión que afecta a todos.
Estas fricciones o incluso choques, se pueden deber a que lo
que beneficia a unos, perjudica a otros (win-lose), como también porque los
costes de una acción y sus beneficios no se reparten de forma homogénea.
A esto se añaden suspicacias tan irracionales como omnipresentes:
recuerdo que un presidente de mi comunidad de vecinos, recién nombrado por
sorteo, expresó por cortesía que intentaría hacerlo lo mejor posible, y le
saltó el presidente anterior recriminándole por afear su anterior mandato: "estás insinuando que yo lo he hecho
mal?"
El material humano es éste; y por ello la función de
gobierno (como la de educar niños) puede llegar a ser desesperante e ingrata.
Este es un primer problema: si la tarea es ardua debería estar socialmente
facilitada, prestigiada y recompensada para que pudiera atraer a un amplio
elenco de personas (talentos y sensibilidades diversos que enriquezcan las
decisiones colectivas).
En los viejos tiempos no había mucho problema: reyes y
caudillos asumían el poder gracias al ejercicio de la violencia (heredada o
renovada); y en torno suyo cristalizaba una corte cooptada que acompañaba las
decisiones de gobierno, actuando como élite extractiva.
En el ocaso del "ancien
regime" del absolutismo, la revolución francesa con el impulso de la
nueva burguesía urbana impulsa modelos nuevos de participación en torno a la
idea de soberanía popular. Las luchas obreras desde el siglo XIX introducen
sindicatos y partidos políticos de izquierda (primero revolucionaria y luego
socialdemocrática) que intentan alterar el modelo anterior en beneficio de los
más desposeídos.
Decían los anarquistas que el poder es corrosivo (Bakunin: "Ejercer el poder corrompe, someterse al
poder degrada"); además, el poder económico se va retirando a un
segundo plano, articulando diversos mecanismos para influir en las decisiones democráticas;
este poder en la sombra se agiganta con la globalización, y pasa a anidar en
grandes corporaciones transnacionales que pueden arruinar a países, comprar
medios de comunicación y destrozar gobiernos. La falta de un poder mundial
lleva a que el capitalismo de casino y los movimientos especulativos acaben
alterando el funcionamiento general de la
economía y casi todos pierdan (lose-lose), aunque algunos lobos puedan
salirse con la suya.
El pueblo reacciona cuestionando las instituciones y el juego
político cuando el escenario se torna adverso: ocurre que cuando una amplia
mayoría de las clases medias participa de las migajas de los "pelotazos" se suele jalear a los
políticos que han traído el maná a corto plazo...; pero cuando llegan las vacas
flacas surge la impugnación y el "no
nos representan"; y si además se empiezan a conocer y exhibir las
desmesuras, ilegalidades y robos de la etapa anterior, el cuestionamiento de
políticos y responsables institucionales se hace universal y ciego. Y se
generaliza el clamor por llenar de controles la plaza pública, desproveer a los
políticos de ventajas y privilegios, y exigir que cualquier imputación (investigación)
lleve a su separación de los cargos.
¿Qué personas van a querer participar en una actividad
degradada, bajo sospecha, y con márgenes de actuación ridículos para enfrentar
problemas complejos y controvertidos?; además, en época de vacas flacas, ¿cómo
evitar mensajes demagógicos y sin embargo ganar unas elecciones? Churchil
se atrevió a prometer en mayo de 1940 un programa de gobierno consistente en
" Sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor"
(blood, toil, tears and sweat). ¿Alguien se atrevería ahora?
Aquí lo habitual es prometer medio millón de puestos de
trabajo, escuelas, hospitales y subsidios antes de las elecciones, para decir
al día siguiente de alcanzar el gobierno que las cuentas públicas y la economía
están mucho peor de lo imaginado, y que hay que trazar un nuevo programa de
austeridad...
Mi abuela Sofía de Sahagún, que en su infancia escuchó algún
mitin a Pablo Iglesias (el fundador del PSOE y la UGT), me cantaba esta
canción...
Cuando son las elecciones / nos ofrecen las escuelas / y un nuevo pozo
artesiano/ en medio de la plazuela. / Las escuelas no se hacen/ y el nuevo pozo
tampoco / siempre vienen engañando/ cuando nos piden el voto...
Nos encontramos pues en una encrucijada; renegamos de la
política y exigimos caras nuevas, siglas nuevas, e historiales intachables. Y
programas de gobierno que no engañen y que sean capaces de abrir un futuro
colectivo para todos.
El problema no está en la exigencia; está en las personas e
instituciones reales con las que contamos. Por ejemplo, los partidos
políticos... aunque les llamemos de otra forma, son estructuras caras y
pesadas; susceptibles de manipulación; hay que financiarlas y hacerlas
funcionar; y hay que poner en marcha procesos internos de decisión que no
pueden dejar satisfechos a todos (como en una comunidad de vecinos).
Los nuevos políticos no son ángeles o elfos que caen del
cielo o de la montaña. Son (como todos) frágiles individuos que han tenido que
sobrevivir en una sociedad poco meritocrática y basada en el clientelismo y las
redes familiares y de amistad. Lo sabe cualquier joven que busca empleo y mira
el currículum como una pérdida de tiempo.
Por eso es tan fácil tirar del hilo con poco que se
investigue y encontrar trampas de superviviente que pueden agrandarse y
presentarse como una "nueva casta". Y a eso se han dedicado sin duda en este año...
Eso no significa que no sean "pecados", pero la
milenaria iglesia ya distinguía entre veniales y mortales. No puede ser lo
mismo la financiación de más de dos décadas del PP, que la de un programa de
radio, por mucho que en éste se hubiera atraído de forma irregular o ilegal
algunos fondos extranjeros. No puede ser lo mismo el mangoneo de contratos municipales para dar trabajo a gente conocida, que los falsos encargos de trabajos que por
muchos millones nunca tuvieron contraprestación alguna. Y no puede ser lo mismo
trampear con una beca fuera del lugar donde debería hacerla el investigador, a
llevarse sumas inimaginables de dinero a paraísos fiscales con un click de ordenador.
Pecados veniales y mortales. Pero los primeros no dejan de
ser pecados. Y valorados en sus justos términos deben dar lugar a medidas de
corrección.
Creo que el debate debe reorientarse. Plantear más énfasis
en las reglas de gobierno que promueven una gestión eficaz y minimizan la posibilidad
de desviación del interés general.
Rendición de cuentas + trasparencia + participación +
inteligencia + honestidad. Las cinco grandes variables de los principios de
Buen Gobierno.
Y una coalición política que pueda plantar cara a los
poderosos, para restaurar el interés general. Una coalición que sea consistente
con los valores de justicia e igualdad ante la ley, aunque duelan: porque no
sólo los poderosos se aprovechan del statu quo... todos y cada uno de nosotros
gozamos de privilegios que no estamos dispuestos fácilmente a ceder por bien de
la colectividad.
Mucha tarea; en buena medida la que le corresponde a la
siguiente generación. Espero que por el bien de todos que la joven generación pueda ser más íntegra, ejemplar y efectiva que la que hoy se está eclipsando sin haber sabido reaccionar ni regenerarse.
En todo de acuerdo, pero me asalta una duda. Cuando hablas de una coalición política no te referiras al PPSOE, verdad?
ResponderEliminarCuando el objetivo de una coalición es protegerse de la zorra, las gallinas no deberían incluirla por mero sentido común...
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