Recientemente pidieron mi contribución para un reportaje
sobre financiación finalista de la sanidad, al hilo de los debates que se van a
tener en el Consejo Inter-Territorial.
Como de costumbre, los titulares no hacen del todo justicia
a los contenidos del artículo; éste, en particular, era “Ocho economistas coinciden:
volver a la financiación finalista no es la solución”. Es cierto que la
mayoría de mis compañeros de la Asociación de Economía de la Salud son
contrarios a la financiación finalista de la sanidad; yo tenía algunas dudas
hace una década, pero las crecientes evidencias del mal funcionamiento del
actual sistema de financiación me han hecho retirarme de esta “mainstream” y pasarme al bando
heterodoxo.
Por si pudieran servir, estas eran mis argumentaciones a las
preguntas del periodista Carlos Rodríguez de El Global, con las cuales elaboró
el reportaje…
1. ¿Qué
beneficios traería el devolver a la financiación sanitaria un
carácter finalista?
Podríamos señalar tres:
a) primero responder a una fuerte expectativa social y
sanitaria que se escandaliza de las grandes diferencias en el gasto sanitario
público territorializado a las CCAA, y que exige una mayor ecualización del gasto
sanitario;
b) segundo: corregir comportamientos oportunistas de los
agentes, al crear un marco asignativo más abierto al escrutinio y con mayor
racionalidad técnica, a través de fórmulas de per-cápita ajustado y recalculado
periódicamente;
y c) como para migrar a este sistema habría que añadir
fondos, esta aportación incremental del Estado podría servir para establecer
palancas financieras desde el SNS para prevenir errores de inversión, e incentivar
las acciones colaborativas.
2. Por
el contrario, ¿qué se perdería por el camino?
El modelo de la sanidad autonómica ha tenido cosas buenas, y
no sólo en el “power point”; pero fue rápidamente capturado por las autoridades
económicas y de función pública de las Comunidades Autónomas, y se fue
desvirtuando su función de gestión de servicios de bienestar, para mimetizar el
rol del gobierno central y comportarse como gestores de “mini-estados”.
Los Consejeros de Sanidad son hoy rehenes de otras
prioridades gubernamentales: nominalmente son Consejeros muy importantes, pues
gestionan más del 40% del presupuesto autonómico. Pero realmente acaban siendo
el último o penúltimo de los Consejeros a la hora de tomar decisiones
asignativas, y gobernar un espacio autónomo y especializado de decisión.
Una ventaja potencial de la gestión no finalista
descentralizada, sería la creación de sinergias locales entre todos los
servicios de bienestar; pero se ha desaprovechado en gran medida por la
dificultad de la tarea de integrar sectores, y por la miopía gremial que
siempre tiene miedo a cualquier cambio. Por otra parte es más fácil y
políticamente rentable encargar una obra a un arquitecto famoso, que coordinar
eficazmente las residencias de ancianos y los hospitales.
3. En
su opinión, ¿es la vuelta a una financiación finalista la respuesta a
las necesidades financieras del sistema sanitario? ¿Cuál es su propuesta?
Cuando se pincha una rueda hace falta arreglar el pinchazo,
e insuflar aire; arreglar un modelo de financiación es una cosa, e insuflar más
recursos es otra; ambas son necesarias, y no debemos caer en la demagogia de
que cambios organizativos generan mágicamente recursos.
Pero, siendo realistas, creo difícil que las autoridades
económicas… de todos los partidos… acepten cambios substanciales en el modelo
de financiación no finalista imperante. Como tercera vía creo que se
pueden establecer fondos adicionales para dinamizar el funcionamiento integrado
del SNS: cohesión, garantía asistencial, y otros nuevos a crear como
co-inversión, programas especiales, etc.
Como el gasto sanitario ha de crecer en los próximos tiempos
tras una jibarización del 11% en los años de crisis, habría que aprovechar
estos fondos incrementales para dotar de más densidad y solvencia técnica al
SNS.
4. Apostar
por volver a una financiación finalista es apostar por volver a una
fórmula que no funcionó en el pasado. A tu juicio, ¿a qué responde el volver
continuamente a esta propuesta? ¿Se trata a ausencia de medidas o a una dificultad
de llevarlas a la práctica?
Quizás lo que no funcionó en el pasado fue la fórmula
bilateral: hasta 2002 se negociaba entre la administración central y las
autonómicas, y luego el INSALUD actuaba como árbitro de la financiación
adicional, ya que su nivel de déficit se asignaba automáticamente a los demás.
Este modelo, donde siempre había infra-estimación del presupuesto, y que
generaba operaciones de saneamiento cada cuatro o cinco años, es al que nunca
habría que volver.
Pero esto no implica sacralizar un sistema de financiación
autonómica como el actual, que ha mostrado asimetrías e insuficiencias
notables. Y que, a mi juicio, estimula el comportamiento oportunista: las CCAA
acumulan impagos y estrecheces en sanidad para salvar otras infraestructuras y
servicios más valorados en la política local; y el gobierno central produce
tensiones esquizofrénicas, cuando toma decisiones que imponen incrementos de
gastos a las CCAA (el invito yo y pagas tú farmacéutico), o cuando irrumpen en
las funciones de gestión impidiendo la contratación de efectivos (tasas de
reposición), bloqueando el empleo de fondos (no disposición de fondos) o
alterando sueldos, horarios y condiciones de trabajo de los empleados públicos.
Para que la sanidad acceda a soluciones, es esencial que
suba en la agenda política; necesitamos más prioridad, más política sanitaria,
y políticos con mayor capacidad técnica para entender este complejo sector, y
con una sólida vocación reformista para poner en marcha las acciones
necesarias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.