La Medicina es limitada e imperfecta; su interacción con el mundo exterior parece fundamentarse en métodos que dejan escapar la variabilidad de la vida y de las relaciones que se desencadenan en todos los planos... Y que es fácil de manipular para medicalizar la vida cotidiana y responder a los cantos de sirena del complejo industrial que rodea la sanidad.
Pero aún así, creo que es una opción claramente superior a la de las supercherías que dominan el mundo de las pseudociencias y las pseudoterapias; y, sobre todo, que la medicina tiene en sus bases epistemológicas las posibilidad de redención...
Veamos... no hay dos tipos de causalidad (lineal-molecular o
complejidad-propiedades emergentes). Lo que hay es mucha y variada limitación
de nuestra inteligencia para entender la complejidad de lo que nos rodea, que
aumenta exponencialmente cuando añadimos la interacción (“intención de tratar”).
Me gusta definir la ciencia como un conjunto de métodos
imperfectos que limitan la inagotable capacidad de la mente humana para alterar
la realidad de acuerdo con sus deseos e intereses.
Y es un método limitado, porque en su propia exigencia de
validez, reclama un alto nivel de simplicidad y abstracción. La trayectoria de
los planetas, o los silogismos de la lógica formal, o la reacción química… son
ejemplos de problemas bien definidos y bien estructurados donde el Sistema 2 de
inteligencia explícita de Kahneman se mueve como pez en el agua.
Cuando los métodos científicos se enfrentan con muchas
variables y muchas interacciones, empiezan a perder su anclaje de validez: lo
observacional (incluido el “Big Data”) puede aportar soluciones pragmáticas, e
incluso útiles, pero a costa de no saber muy bien lo que estamos haciendo:
Jenner usando el virus de la vacuna bovina para provocar inmunidad cruzada con
la viruela.
Siendo prácticos: podemos y debemos exigir a la medicina
(ciencia y técnica) legitimar sus intervenciones con las mejores pruebas
posibles, con la más intensa e ingeniosa aplicación de los métodos científicos
que tengamos a mano. Para controlar que el lógico sesgo de los investigadores,
empresas y clínicos (sesgo por vanidad del descubridor, o por interés del
utilizador) no lleve al autoengaño y el fraude.
Es lógico que la ciencia y la técnica médica pase por esta “aduana”:
si una intervención no logra demostrar que funciona en condiciones idóneas
(experimentales), difícilmente lo hará luego en el imperfecto y limitado mundo
real.
Pero una cosa es la ciencia y la técnica médica, y otra muy
diferente es la práctica clínica. La interacción con el paciente dispara la
complejidad, y exige pasar de la ciencia al arte (o a la artesanía, si queremos
ponernos menos exigentes). Y ello obliga a conceder una amplia holgura clínica
para que los médicos prácticos creen con los enfermos un espacio singular,
donde la “Relación Médico-Paciente” genera procesos y narrativas que van
modificando el enfermar y el curar.
La medicina aporta los instrumentos musicales; el médico
(y los otros médicos y los sanitarios que le acompañan), tocan piezas musicales que, con
frecuencia, se parecen más al Jazz improvisado, que a la interpretación de unas partituras
bien definidas.
Y, en esta interacción clínica, el método de control del
autoengaño y el fraude es diferente: más que la bondad de los instrumentos (que
se pre-suponen), son los sistemas de revisión por pares (otros médicos
experimentados), que buscan una concordancia razonable de la práctica clínica observada
(con su inevitable holgura) con la “lex artis ad hoc”.
Y también el consenso con colegas se muestra como método
limitado y susceptible de incorporar sesgos y falsedades; que se lo digan a
Semmelweis, cuando fue expulsado por sus compañeros de la comunidad clínica por
demostrar y señalar la falta de higiene en las manos de los obstetras como causa
de la alta mortalidad puerperal en el hospital de Viena.
Y así vamos avanzando; de forma imperfecta, limitada y a
trompicones; combinando la evaluación de tecnologías e intervenciones
(instrumentos), con un cierto control de la práctica clínica…siquiera sea para
corregir extravagancias conspicuas, desatinos e impericias desmesuradas, o
falsedades y abusos guiados por el interés económico o la vanidad humana. Por cierto, que esta sería una función evidente de los Colegios de Médicos; difícil de administrar, pero imposible de desatender.
Todo esto se lo ahorran las llamadas terapias “complementarias
y alternativas”, y los tecnólogos que las aplican, habitualmente rodeados de la
parafernalia de profesionales sanitarios, o de profetas cuasi-religiosos que traen una buena
nueva.
Estas prácticas alternativas forman un amplio abanico, y configuran un gradiente de superchería: desde lo más cotidiano
(consejos de la abuela, relacionados con nutrición, hierbas, vida sana…), a lo
que emula de forma más directa una intervención sanitaria. En este gradiente,
hay un creciente ocultismo: bien porque no se dice qué composición tiene un “remedio”,
bien porque la pericia del que lo practica es irrepetible, o porque se acompaña
de rituales de interacción (liturgias) que sólo puede aportar el que lo
practica y vende. Y es de justicia destacar que en este gradiente, resultan menos ofensivas las
pseudoterapias que apuntan a hipocondríacos irredentos (síntomas menores y
aversión al riesgo), que aquellas otras que se orientan y ceban en los
pacientes desahuciados o terminales. Aquí sí que se percibe un engaño doloso y
repugnante…
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