martes, 5 de junio de 2018

Ser ético merece la pena, aunque parezca poco práctico.


La expansión del conocimiento y la técnica crea dilemas de cuándo y cómo intervenir, y también tienden a fragmentar la necesaria medicina armónica y reflexiva, atomizándose en un conjunto de procedimientos e intervenciones que no siempre están adecuadamente articuladas, ni son entendidas o aceptadas por pacientes, familias y sociedad.

El cambio en la sociedad, tanto el que se refiere a la morbilidad crónica, como el cultural referido a cómo vive el paciente su salud, su enfermar y su morir, añaden más tarea y carga de dificultad al desafío que enfrenta la medicina.

El entorno donde se desenvuelve la medicina, desde hace ya casi 70 años, son los sistemas públicos de salud, que en nuestra sociedad ha permitido universalizar la protección ante el infortunio de la enfermedad, y también ejercitar un sublime ejercicio inteligente de solidaridad y cohesión social, generador de valores y de ciudanía real. Y la medicina también ha debido adaptar su praxis y su cultura a este entorno institucional y organizativo, lo que añade nuevas exigencias deontológicas y éticas, vinculadas al principio de Justicia.

Pero no debe pensarse que la ética médica es un fardo más que se quiere añadir a los muchos que tenemos que llevar a rastras los profesionales. Es una disciplina clarificadora y en cierta medida liberadora; bien integrada, pude hacer más ligera nuestra carga; ser ético no tiene que ser doloroso o heroico, y puede llegar a ser práctico…

Veamos; ser ético es anti-entrópico; al cuestionar lo existente nos convierte en antipáticos; al solicitar tiempo para reflexionar nos tildan de diletantes y entorpecedores. Además, mucha gente que observa la falta de virtud de un sistema prefiere seguir en el “confortable malestar” de lo malo conocido frente a lo quizás-peor por conocer… y les inquieta y perturba que alguien venga a remover tan vicioso pero apacible equilibrio.

Pero ser ético no debería exigir una valentía numantina, ni un doctrinarismo principialista que nos alejan del imperfecto mundo real. Para vivir, en todo caso, hay que ser muy valiente, porque el destino ya se encarga de traernos problemas y dilemas cada mañana. Pero la persona ética aplica ese capital de valor que se le ha concedido, con la palanca de la razón crítica; distanciándose y acercándose a la realidad sobre la base de principios o enunciados de validez universal.

En último término, la ética es una pugna contra el natural sesgo subjetivo y utilitarista que caracteriza nuestro actuar. Se parece a la investigación científica en su deseo de objetividad; suelo definir la ciencia como un conjunto de métodos imperfectos que limitan la inagotable capacidad de la mente humana para alterar la realidad de acuerdo con sus deseos e intereses.

La ética en la sanidad busca también evitar este tipo de sesgo, conectando la acción con la valoración de principios o valores generales; medios y fines son sopesados para evitar la alienación de lo cotidiano y la pérdida de virtud que supone la rutina y el atolondramiento.

Este ejercicio de ir y venir, de viajar de los principios a las consecuencias de las alternativas, nos fortalece; ensancha y enriquece nuestra visión; incluye la de los demás, y particularmente la de los que piensan diferente a nosotros. Y nos permite reemprender el camino con un tipo de acuerdos diferentes a los pactos estratégicos: acuerdos cimentados en equilibrio dialogado entre valores de las diferentes personas; que contrastan con el regateo de intereses que domina el juego mercantil de arreglos entre partes. 

En la anomia del mercado, sólo importa el intercambio de bienes y servicios, o los precios que se pagan por los productos. En los acuerdos con base ética, importan también, y mucho, los medios. No puede ser lo mismo comprar ropa fabricada en empresas que garantizan los derechos laborales, que otras que se aprovechan del trabajo infantil de países pobres, en ocasiones en régimen de semi-esclavitud. Y da igual que no queramos saberlo al comprar, porque la ignorancia buscada nos hace también algo cómplices de estos arreglos injustos e inmorales.

Esta es la gran ventaja del enfoque ético para problemas importantes: añade cimentación al edificio de nuestros marcos de convivencia, y permite que el capital social se acumule y que dicha convivencia pueda florecer al cabo de un tiempo con mayor fuerza.

Quizás el principio bioético de Justicia sea el que más impugne una sociedad como la española, donde la familia, los amigos, los contactos y los grupos de interés configuran la urdimbre real donde se tejen las relaciones sociales; como decía Santiago Ramón y Cajal hace un siglo… “Es muy difícil ser muy amigo de los amigos sin ser algo enemigo de la justicia”. Pero aquí también la sociedad española ha de esforzarse en un cambio ético; porque los valores, o son de aplicabilidad universal, o no son valores, sino conveniencias “tuneadas” por cada cual.

Merece la pena; por los pacientes, por la medicina, por los sistemas sanitarios… y también por nosotros mismos: ser ético restaura el diálogo interior que nos permite entender y actuar con el mundo de otra forma; y con el suficiente ejercicio cotidiano, puede llegar a ser muy práctico y ayudarnos a reencontrarnos con esta maravillosa profesión vocacional, y disfrutar con su práctica clínica cotidiana.

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