Me acaban de publicar esta tribuna de opinión en la versión electrónica de El País, que intenta arrojar alguna luz sobre la oscuridad que el pensamiento trivial difunde en torno a los empleados públicos; después de haber precarizado a los "trabajadores normales", ahora toca hacerlo con los "funcionarios privilegiados". Un "sutil" ideólogo liberal como Lasquetty ha hecho de avanzadilla en esta impugnación del puesto vitalicio. Toca ahora revisar estos argumentos siquiera brevemente... os paso el enlace y trascribo el texto, que es muy corto.
Escuchamos decir: los empleados con incentivos trabajan más;
no pueden cobrar igual los que trabajan y los que no trabajan; los funcionarios
se vuelven vagos al tener seguridad absoluta en su empleo... Algunos dirían:
ideología liberal; yo añadiría: falacia fabricada para maquillar y manipular.
Estos argumentos desembocan en una receta general: el
combinado palo-zanahoria (ración doble de lo primero que de lo segundo) para
aumentar la productividad del trabajador. Lo importante no sería el talento
sino la capacidad de sacar y cumplir con los objetivos marcados; el problema no
sería de “inspiration” (inspiración para dirigir el barco) sino de
“perspiration” (sudoración de los galeotes remando vigorosamente). Y la amenaza
de despido actuando como castigo supremo que garantiza la supremacía de la
jerarquía en la organización.
Pero la realidad afortunadamente da cabida a muchas y
mejores versiones de nosotros mismos. La mayoría lo que quiere es una seguridad
económica razonable, y… muchos otras cosas en la vida, incluida la reputación
profesional, la relación cordial con los compañeros, la sensación de hacer las
cosas bien, o la de servir a los demás. La nueva economía del comportamiento
(desde el Nobel Kahneman al divulgador Ariely) está desvelando precisamente
esta complejidad y riqueza de la naturaleza humana.
Se sabe que los cuerpos y escalas funcionariales son una
creación histórica que busca maximizar la continuidad administrativa y la
independencia del nivel político, aun cuando sea a costa de cierta erosión de
la productividad. El acceso de los funcionarios por oposiciones garantiza una
base de competencia, aunque también obra como ritual de iniciación. Los cuerpos
tienen la virtud de atraer especialmente a individuos que quieren maximizar la
seguridad y satisfacer la necesidad de pertenencia a un grupo; por eso serían malos
emprendedores, pero también por lo mismo están mejor pertrechados contra las
tentaciones de corrupción (que pone en riesgo su carrera y les expulsa del
clan).
Como todo instrumento, la vinculación funcionarial encuentra
su virtud en el uso pertinente y apropiado. Se debe reservar para funciones
importantes que no deban estar bajo interferencia política-partidaria, y se
debe combinar con estímulos que eviten mermas de la productividad y sesgos en
la apropiación burocrática de las instituciones. De esto va buena parte del
debate de “nuevo servicio público”. La mejor terapia contra las élites
extractivas políticas es una función pública profesionalizada y con razonable
autonomía.
Sin cuerpos funcionariales lo que habría sería contratos
laborales que decidiría el poder político de turno. Imagínense una gestión
cortesana de los puestos de administrativo, maestro, enfermera, juez,
catedrático, médico, policía… y cesantías decimonónicas generalizadas tras los
cambios electorales.
La calidad en el empleo conviene a todo tipo de trabajo,
porque promueve la calidad de desempeño y la excelencia. La estabilidad
reforzada de los funcionarios a quien de verdad interesa es a los ciudadanos,
para que las decisiones colectivas sirvan al interés general. Y la extensión de
la estabilidad laboral reforzada para profesionales de la sanidad, enseñanza,
servicios sociales, etc. sin tener la misma significación, sirve para que los
que nos atienden en los servicios públicos personales, se alejen del ánimo de
lucro y su motivación se cimente en la satisfacción por el trabajo bien hecho y
por ayudar a los demás. No nos dejemos engañar por el pensamiento trivial.
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