Cuando hablamos de racionalizar la sanidad, de desinvertir
en lo que no añade valor para reinvertir en lo efectivo, con frecuencia
analizamos un problema cierto y preocupante: el llamado “encarnizamiento
terapéutico”; es un foco relevante de atención porque se combina un gasto
sanitario importante, con una magra capacidad de añadir años a la vida, y,
sobre todo, muy poca vida (calidad) a los años (o meses) que la medicina puede
prolongarla.
Tema delicado, para gestionar con mesura, y siempre contando
con lo mejor para el paciente anciano, pluripatológico, frágil o terminal…
Medicina sensata y compasiva en lugar de economicismo racionador.
Pero siempre ha desalmados que añaden complejidad y
crispación a este delicado debate: sirva de muestra el Ministro de Finanzas de
Japón (trascribo un par de párrafos de la noticia recogida en El País:
El
ministro arremetió en una reunión del Consejo Nacional de Seguridad Social
contra las tácticas de reanimación y los tratamientos para prolongar de vida,
según publica hoy The Guardian. “Se ven obligados a vivir cuando quieren
morir. Yo me despertaría sintiéndome mal si sé que el tratamiento está pagado
por el Gobierno". El ministro nipón no se quedó ahí. Se refirió a los
ancianos que ya no pueden alimentarse a sí mismos como "gente de
tubo".
A los
pocos días tuvo que rectificar. Reconoció que sus declaraciones habían sido
"inadecuadas" en un foro público e insistió en que estaba hablando
solo de su preferencia personal. "Es importante que la gente pueda pasar
los últimos días de su vida en paz", sentenció.
Pues esto… que con aliados como éstos, no hacen falta
enemigos.
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