En un cruce de tweets ha surgido el desencuentro habitual
sobre la paridad, o las políticas de discriminación positiva.
Una de las opiniones
(femenina) impugnaba desde el ámbito sanitario la priorización por sexo, y clamaba
por la meritocracia y nada más ("que se busque lo mejor y punto").
Otra (masculina) añadía que la discriminación nunca era sólo positiva, sino que
también era negativa ("yo creo que siempre tiene un lado negativo").
Confieso que nunca fui muy activo en la defensa de este tipo
de políticas; posiblemente porque desde el sector sanitario el tema lo vemos
mucho más normalizado... la feminización de las profesiones sanitarias en la
enfermería es secular, y en la medicina ya está asentada. Claro que tenemos
problemas de meritocracia y sesgos, pero se remiten mucho más al problema de
mal gobierno político que al de patriarcado cultural (que también lo hay).
Pero estos dos comentarios me dan pie a dos reflexiones:
buscar lo mejor + prioridad positivo-negativa.
BUSCAR LO MEJOR: no es fácil definir lo mejor; especialmente
si lo que hay que juzgar tiene muchas dimensiones y atributos; pensemos en un
coche... o en una paella... o en unos
pantalones... o en un corte de pelo... Ahora lo extrapolamos a instituciones (¿mejor
servicio de neurología?), o a personas (¿mejor médico del año?). La
variabilidad proviene de las múltiples dimensiones a juzgar, del peso que les demos,
de cómo lo medimos, de la información con la que contemos, de su validez y
fiabilidad, y de las preferencias de los que han de emitir los juicios.
Desde nuestra tradición meritocrática (que se inicia con un
examen MIR, y avanza hacia el concurso-oposición de estatutario) aspiramos a que
todo en la medicina avance del mismo modo. Pero ojo con las extrapolaciones: el
MIR sesga unos talentos específicos, las oposiciones con frecuencia consolidan
ventajas obtenidas con largos interinajes, y finalmente, aunque todos estos
filtros meritocráticos abonan la calidad científico-técnica, el buen
profesional ha de demostrar su efectividad, calidad y humanidad en las
distancias cortas, y ante el paciente.
Bien: por esto hay que tener cuidado con formular de forma
muy simple lo de "buscar al mejor"; hay muchas holguras, y en estas
puede colarse el sesgo dominante: el de género (normalmente como techo de
cristal para las mujeres), el de familia (parientes, conocidos, redes sociales,
etc.), el ideológico (camaradas y compañeros políticos de fatigas), etc.
PRIORIDAD POSITIVO-NEGATIVA: Es verdad que cualquier
priorización positiva para un colectivo desplaza una negativa similar para los
no incluidos. Pero esto pasa siempre: no encontraremos una política social (ni
un medicamento) que no tenga efectos adversos; por lo tanto se trata de un
trade-off, un toma y daca, que afecta cuando tomamos decisiones... ojo... e
incluso cuando no las tomamos.
En efecto: el status-quo toma decisiones silentes por todos
nosotros. Hay prioridades implícitas cuando no hay prioridades explícitas; hay
agendas dominantes que se acaban imponiendo; hay políticas incluso cuando no
hay políticas. Si un sector culturalmente margina a las mujeres (o por etnias,
o por edad, o por religión o por ideología...) el no hacer nada supone hacer
algo.
Lo cierto es que los pecados por omisión suelen ser menos
graves que los de acción; incluso el primum non nocere nos lo dicta: si no
sabes bien qué hacer, no hagas nada... por el momento; la omisión culposa o
maliciosa es diferente: es la inacción del que no quiere saber porque algo en
el fondo le beneficia, aunque es capaz de percatarse de que no es del todo
justo ni correcto.
Por lo tanto, tenemos un escenario incómodo: como decía la
canción... "me matan si no trabajo, y si trabajo me matan... siempre me
matan". No hay forma de eludir la decisión ni de dejarse algún jirón de la
piel en este tipo de dilemas.
Lo peor es que algunas compañeras de viaje, que han
demostrado su competencia y han conseguido reconocimiento de la misma y
progresión profesional o jerárquica, miran desoladas a otras mujeres que usan
el ascensor de la paridad para subir a la estratosfera sin escalas intermedias:
la política y los partidos políticos dan un mal ejemplo sobrado. Pero que no se
pongan nerviosas ni molestas (o no demasiado): el juicio importante es el de
los pares; de la gente que nos rodea; y estos, hombres y mujeres, saben bien
quién ocupa una silla por mérito y quién por morro.
En todo caso, creo que mientras exista un sesgo cultural
debe haber una tensión en las políticas públicas en dirección contraria. El
debate se desplaza al cómo actuar. Y este sí que está complicado...