PENSAMIENTOS DE LA NAVIDAD DE
2017/2018
No dejamos de aprender lecciones
de la vida.
Hace cuatro años tuve que
enfrentarme a un mundo al que le faltaba mi padre,
que siempre había estado ahí,
que nunca había faltado ni
fallado.
Hace tres años notaba la cicatriz
de su ausencia,
y la herida eterna que su falta
dejó en mi madre;
El dolor y la añoranza estaban
claramente ahí,
sin supurar, pero insuflando
nostalgia.
Hace casi dos años pasé la barrera
de los 60,
inadvertidamente, como surgiendo
de la nada.
Y muchos amigos y conocidos han
ido faltando
Entre ellos mi buen Lolo.
La vida quiere que aprenda su
principal lección,
que somos efímeros y frágiles.
Pero no sé si significa lanzarse a
aprovechar el tiempo...
haciendo cosas nuevas, o
saboreando lo cosechado.
Parece que en el último año he
hecho ambas cosas,
mientras me acomodaba a una
melancolía conspicua.
Preparando un lecho de recuerdos y
evocaciones,
y una mochila de personas y cosas
esenciales.
Y de pronto, la magia de la vida
me sorprende,
cuando ya nada se espera,
personalmente exaltante
... que diría Celaya
Emerge la vida con toda su fuerza.
Apenas unas pocas células,
que en su potencia encierran el
futuro,
descomponen los esquemas,
disuelven las penas y hacen brotar
la sonrisa más tierna.
La vida me ha ido mostrando sus
lecciones:
aprendí que sólo se puede ser
persona con los otros,
los próximos, y los no tan
próximos;
que hay placer en sembrar y no
sólo en cosechar;
qué no es justa ni injusta, aunque
la mala suerte muerda;
que cada día debemos mirar el
mundo,
con ojos infantiles, porque toca
re-aprender a vivir.
Con la ausencia de mis seres
queridos,
y con la promesa de un nueva
personita,
creo que la vida me desvela su
secreto más inefable:
que los humanos nos vamos dando
relevo,
y que la añoranza de eternidad es
un autoengaño.
Pero también me dice que de alguna
forma continuamos en otros...
aunque la cosa no va de genética,
que la herencia no son tampoco las
cosas materiales,
sino los afectos y desvelos
acumulados,
y quizás los ejemplos de vida
discretamente exhibidos.
Es difícil entenderlo; es
imposible.
Pero intuyo que debemos aprender
a habitar en la calle de la cálida
melancolía,
pero visitando con frecuencia las
grandes avenidas,
las alamedas donde la vida se
muestra en plenitud,
donde los más jóvenes toman el
relevo,
y donde nuestros hijos y nietos
aprenden a vivir su tiempo.