viernes, 11 de enero de 2013

La soledad del déspota no ilustrado.




La soledad no es necesariamente mala...

La soledad es un atributo habitual de una función directiva responsable. 

La autonomía moral también suele apartarnos del rebaño, y éste suele ser intolerante con el que no se ajusta a lo gregario; el que va a contracorriente en general está mal visto. 

Por eso hace falta fortaleza para asumir posiciones u opiniones, y aceptar una cuota de soledad e incomprensión. Una fortaleza moral diferente a la que se suele predicar en el mundo político: ser valiente en general significa aplicar recortes a los débiles, mientras que ser inteligentes supone no irritar a los poderosos.

Dicho esto, habría que hablar de otro tipo de soledad; la del déspota; la del doctrinario o autoritario que impone su visión del mundo o sus intereses particulares a otras personas o a una sociedad. Aquí, la fortaleza no es moral, no se basa en principios que buscan el ajuste con la realidad para servir al interés general (principio de justicia – como “ajuste”).

El déspota devalúa la condición ciudadana de los gobernados, para convertirlos en súbditos; el déspota ilustrado pretende legitimarse en un conocimiento mayor y una visión de largo alcance; el déspota democrático simplemente exhibe como trofeo su mayoría parlamentaria, y con ello se abstiene de justificar sus acciones, y a veces, incluso de reflexionar sobre las mismas.

Pero, incluso siendo déspota, se puede conducir con cierta corrección e inteligencia; no hacer gala del poder de las urnas, sino intentar usar la autoridad de la explicación y la persuasión; así no se confronta la democracia con la calle, no se alimenta la hostilidad latente entre un sistema de representación política imperfecto, y una sociedad compleja y diversa.

Me temo que el gobierno de Madrid, y en particular, su conducta en el conflicto sanitario, está  mostrando un ejemplo de despotismo no ilustrado torpe y ofensivo. No sé si será herencia del estilo cesarista anterior, pero en todo caso, esta conducta política agrandará las brechas y seguirá estropeando el clima político e institucional. Justo lo contrario a lo que ahora necesita España y Madrid.

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