En el paraíso terrenal no había dilemas (sólo una
prohibición, la de la manzana). Cuando los recursos son escasos, en el mundo
real, van surgiendo los dilemas de decisión. En ellos se va produciendo una
priorización del individuo y sus seres próximos, frente a los demás, para hacer
acopio de los bienes esenciales para la supervivencia.
La cultura humana ha conseguido trabajosamente crear
abstracciones: lenguaje, instituciones, organizaciones y códigos morales. Son pre-condiciones para el desarrollo económico, social y demográfico. Pero los
dilemas de racionamiento tensan y desgarran los principios culturales y éticos.
Hacer prevalecer el deseo o necesidad propia sobre otras necesidades ajenas más
importantes, crea un gradiente de bienestar que des-legitima los códigos éticos.
La ética cristiana de los evangelios enunciaba el valor de
la generosidad y rechazaba la acumulación de riqueza.
Jesús fijó su mirada en él, le tomó cariño y le dijo: "Sólo te
falta una cosa: vete, vende todo lo que tienes y reparte el dinero entre los
pobres, y tendrás un tesoro en el Cielo. Después, ven y sígueme”. Al oír esto
se desanimó totalmente, pues era un hombre muy rico, y se fue triste. Entonces
Jesús paseó su mirada sobre sus discípulos y les dijo: "¡Qué difícilmente
entrarán en el Reino de Dios los que tienen riquezas!"
El Joven Rico (Mc 10:17-27)
Lo que se trasluce en este planteamiento moral no es tanto
la resolución heroica de un dilema moral, reservado para individuos de inusual
virtud, sino la crítica a la solución individual a la necesidad, ya que es
posible actuar colectivamente para asegurar un futuro para todos, donde estén
cubiertas las necesidades básicas.
Porque, en esta línea, lo seres humanos han ido saliendo del
reino de la necesidad extrema y la búsqueda de la subsistencia: la revolución
agrícola de hace 10.000 años, la industrial de hace 200, la tecnológica de hace
60 años, y la biotecnológica, de inteligencia artificial y robótica de este
siglo, puede evitarnos las “hard choices”,
decisiones duras, ya que la productividad de las sociedades humanas podría
permitir a todos del sustento básico para una vida digna.
Pero hacer lo anterior exige una condición de redistribuir
socialmente el excedente: conseguir ecualizar las rentas; lo que significa que
algunos pierdan mucho, y que muchos pierdan cosas que estiman como deseables o
necesarias.
El viejo contrato social implícito de los países
democráticos desarrollados, basado en el Estado del Bienestar, tenía un aroma “Rawlsiano”: se trataba de definir un
suelo de recursos esenciales que garantizaríamos a cualquier conciudadano; tras
“el velo de la ignorancia” propuesto
por John Rawls, no sabríamos si naceríamos en una familia rica o pobre, y así
podríamos determinar de forma democrática y justa cuánto es lo mínimo que
debería tener asegurado alguien con desventaja social.
Este viejo esquema moral se debilita cuando vemos el
contraste “Norte/Sur”, que respalda a los países ricos con una sobre-renta
basada en la desigual distribución del conocimiento, el poder y el capital; y
también cuando vislumbramos los costes ecológicos que se trasladan a la
siguiente generación.
Pero los muy ricos y los no tan ricos, esos que viven más en
el reino del deseo que en el de la necesidad, están consiguiendo imponer una amoralidad
práctica, basada en la imposibilidad de dar una respuesta basada en el interés
colectivo y la acción social; el “sálvese quien pueda”, y el “tenemos unas
prestaciones que no podemos financiar”, se acompaña de un barrera contra otros
pueblos, etnias o personas con pobreza y necesidad que están fuera (o dentro)
de las fronteras de los estados nacionales. Para éstas, cualquier gesto de
generosidad produce un efecto llamada que amenaza nuestro bienestar.
Como esta visión del mundo es moral y estéticamente aborrecible
(más para los que basan su religión en postulados solidarios y compasivos), se
trata de desacreditar las opiniones bondadosas y generosas, con una acusación
de BUENISMO, que sería una crítica entre displicente y ofensiva, que indicaría
la ignorancia e ingenuidad de quien lo predica. Cuando son políticos los “buenistas”,
se añade un misil de acusación de marketing político y manipulación basada en
el aprovechamiento oportunista de los buenos sentimientos de la gente.
No se puede negar que puede haber BUENISMO POLÍTICO
oportunista. Sin duda. En nuestra cultura política y mediática, casi todo vale.
En línea con el BUENISMO COMERCIAL, que dentro del paquete de responsabilidad
social corporativa alinea a las empresas con el medioambiente, el feminismo, la
salud, la lucha contra la miseria, y con casi cualquier causa que suene bien.
Pero este uso utilitarista y aprovechado de las buenas
causas no da la razón a descartar la bondad del imaginario colectivo. ¿Qué
sería de una sociedad que no tuviera referentes éticos de comportamiento
personal y social? Y no vale con “cumplir la ley”; esto se debe dar por
descontado; hay que ir más lejos; una sociedad que considerara legítimo todo lo
que no fuera ilegal, sería invivible y canalla.
Deberíamos propugnar un “Buenismo competente y discreto” en la conducta de personas e
instituciones: competente, porque debe contar con los efectos adversos y
costes que todas las acciones tienen, e intentar anticiparlos y amortiguarlos
en lo posible. Y discreto, porque la exhibición de la generosidad crea
un daño moral por la suspicacia ante el evidente utilitarismo vanidoso o
político.
Por ejemplo: creo que, si el actual
gobierno hubiera aceptado a los 630 inmigrantes del barco Aquarius que llegaron
a Valencia a mitad de junio con menor espectáculo mediático, se hubiera
ahorrado problemas, y no tendría que soportar la asimetría con los inmigrantes
que saltan la valla en Ceuta o Melilla. Los temas difíciles no tienen buena
solución, sino apaños más o menos afortunados. La exhibición de superioridad
moral es siempre atrevida. Ya dijo aquel aquello de que “tu mano derecha no sepa lo que hace tu mano izquierda”.
Lo mismo ocurre con la
universalización de la sanidad; medida justa y necesaria; pero que debe
acompañarse de mejoras en la organización y los recursos del Sistema Nacional
de Salud, para parar la fuga de las clases medias y altas a la sanidad privada.
Por aquello de que una sanidad para pobres acaba siendo una pobre sanidad.
Por lo tanto: crítica a la crítica de BUENISMO, que acaba
entronizando por defecto un CANALLISMO político, social y humano, e impugnando
el referente de los principios morales para la acción colectiva e individual.
Pero también exigencia de un BUENISMO COMPETENTE Y DISCRETO, que no devalúe los
principios por el utilitarismo político coyuntural, ni ocasione más problemas
de los que pretende evitar.
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