Primero se quedaron sin trasporte
público; se fue la farmacia; también el colegio; luego el bar cerró; la
enfermera se amortizó; el cura ya no daba misa; lo que fue pueblo, ahora es
pedanía olvidada y vaciada. Sólo queda el médico; sólo, e intentando hacer
frente a un puñado de vecinos dispersos en diferentes anexos.
Todos se resisten a “perder al médico”, como si fuera el
último vestigio de su continuidad amenazada; lo capturan como símbolo de su
resistencia a desaparecer.
Pero… ¿es función del médico suplir la desbandada de
los demás servicios públicos y privados? ¿No estamos matando moscas a cañonazos?; ¿no
sería más bien necesario un buen sistema de conexión de trasporte y telecomunicaciones,
y cobertura de servicios sociales a pueblos aislados y envejecidos?
¿Cómo explicarles que un médico va
dejando de serlo, cuando trabaja asilado, se dedica a una población minúscula,
y no puede actualizarse a través de una práctica clínica más amplia y
enriquecida?
¿Cómo mostrarles que una
concentración de médicos y enfermeras en un Centro de Salud, con buenos
trasportes para consultas y emergencias, y cobertura periódica en consultorios
locales, puede dar más y mejor servicio a todos? Especialmente cuando hay una
verdadera urgencia…
Otro día podemos hablar de tener
maternidades abiertas donde casi no hay partos. No se trata de costes, se
trata de calidad y seguridad.
La enfermedad se llama desconfianza
ciudadana; agravada por la irresistible tentación del oportunismo político.
Las soluciones no son fáciles; pero
estropear los proyectos sí. Así vamos manteniendo nichos de irracionalidad y
desatendiendo oportunidades de mejora.
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