Nos preocupa la seguridad del paciente; nunca lo suficiente;
desde aquel "primum non nocere"
la medicina ha ido tomando conciencia del parejo avance de la técnica y los
errores y efectos adversos.
Dos autores, Beauchamp y Childress tuvieron la buena fortuna de plasmar la
moderna bioética médica en cuatro principios
en equilibrio y conflicto: beneficencia,
no maleficencia, justicia y autonomía.
Los problemas de seguridad del paciente claramente se basan
en el principio de No Maleficencia;
y todo el movimiento desarrollado en los últimos 15-20 años buscan compensar la
suficiencia vanidosa de la medicina moderna, para mostrarle el lado menos
visible de una práctica clínica que por su fragmentación organizativa y por la
potencia de sus instrumentos diagnósticos, terapéuticos y de cuidados, puede
ser tóxica para pacientes complejos, pluripatológicos y frágiles. Por no hablar
de los pacientes terminales, donde las estrategias paliativas tienen escaso
acomodo en la lógica dominante de lucha contra enfermedades.
Pero... ¿y si desde el principio defensivo de la
no-maleficencia expandiéramos la seguridad del paciente hacia las otras tres
dimensiones bioéticas?
Por ejemplo: en el principio
de la Beneficencia, aprendiendo a tener una visión contextual del margen de
mejora de la salud: ¿conozco los riesgos de las estrategias asistenciales?; ¿son
sobre-compensados por los beneficios esperados, ajustados a la probabilidad de
conseguirlos efectivamente?; si el paciente está básicamente sano, ¿sería
aceptable un evento adverso? (caso de las inmunizaciones y cribados, o de las
intervenciones de cirugía estética y medicina satisfactiva); si el paciente
está "desahuciado", ¿serían aceptables las penalidades y molestias que
acompañan a las intervenciones para perseguir un vano objetivo de salvar la
vida, que se sujeta por la fantasía compartida del médico y su paciente?
O bien, en el principio
de la Autonomía, aprendiendo a situar los dilemas en el contexto y bajo el
control del paciente: ¿entiende el paciente la estrategia asistencial y los
dilemas clínicos?; ¿quiere él saber, y sabemos nosotros explicar adecuadamente
en qué consisten?; ¿somos capaces de no imponer sutilmente preferencias
profesionales en los pacientes?; ¿somos particularmente cautos cuando de
nuestra persuasión por una opción dependen ganancias económicas o de poder que
pueden nublar nuestra obligada parcialidad a favor de los intereses del
paciente?
Y, finalmente, en el principio
de la Justicia, manteniendo un diálogo permanente con nosotros mismos sobre
si merece la pena, o valen lo que cuestan, todas y cada una de aquellas acciones
que ponemos en marcha en las estrategias clínicas para nuestro paciente. Y aquí
la relación con los problemas de seguridad se produce tanto en la desmesura
diagnóstica (¿qué valor marginal añade una prueba adicional en el cambio del
curso natural de la enfermedad?) como en la obstinación terapéutica miope y
descontextualizada.
La desinversión
de lo inapropiado y su reinversión
en pacientes y acciones con gran margen de impacto en salud tiene premio
adicional, ya que tiende a mejorar el balance de seguridad clínica (beneficios
- riesgos), porque implica trasladar intervenciones a aquella parte de la curva
donde el diferencial entre los incrementos de salud esperables supera
ampliamente a los efectos adversos que podrían acontecer.
Y con estas tres relaciones podríamos concebir un QUEHACER CLÍNICO PRUDENTE, una medicina
prudente y sensata que sea capaz de sopesar riesgos con beneficios, modularlos
con la opinión y preferencias del paciente concreto, y añadir racionalidad
técnica donde la mejor evidencia ayude a reducir el uso inapropiado e inseguro.
¿Una nueva carga para el facultativo? No creo; así no
funcionaría nunca. Se trataría, por el contrario, de una des-sensibilización
ante los miedos ancestrales de la bata (litigios judiciales por malpraxis); de
romper con el individualismo feroz para aprender a trabajar con otros colegas y
otras profesiones; de despertar a la realidad y constatar que con los pacientes
se pueden compartir dudas e incluso confesar errores y fallos sin que el cielo
se hunda sobre nuestras cabezas; y de un aprendizaje grupal a cómo ganar
sensatez y efectividad en la práctica asistencial usando todos los instrumentos
a nuestro alcance: los diagnósticos, los terapéuticos, los de cuidados, y los
de interacción personal.
Se trata más de aprender a "surfear" en la caótica
ola de cada enfermo, pero con una buena tabla y una técnica bien entrenada, que
de aplicar protocolos in vitro que nunca encuentran el paciente adecuado para
expresarse con plenitud. Y surfeando con ciencia y arte podemos reencontrar al
paciente y al placer de practicar una profesión vocacional y maravillosa.
Con buena formación, con apoyo en otro compañeros,
fortaleciendo valores, y perdiendo el miedo a volar, podremos revitalizar esta
vieja y nueva profesión nuestra, de forma prudente pero también de manera ligera
y relajada, por el hecho de afrontarla de forma más sabia, creativa y reflexiva.
Porque el buen quehacer profesional se asienta en la
convicción de que... aunque pueda haber pacientes incurables, nunca hay un
paciente incuidable.
Gracias por tu reflexión !! Que comparto al 100%. Me gustaría poder contar contigo en una actividad con estudiantes de ciencias de la salud. ¿Sería posible? Dime forma de contactar. Muchas gracias. Carmen
ResponderEliminarGracias; puedes conectar conmigo desde twitter, mensaje directo a @repunomada
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